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Piquetes - Introducción

Subjetividad y Multitud

Evocando a Georg Simmel, la subjetividad reprimida de cada sujeto cuando este se constituye como habitante de la ciudad, estalló en diciembre del año pasado. La indolencia, ese patético pero inevitable mecanismo de autodefensa que impide ver más allá de uno, se hizo a un lado. El sujeto, como integrante singular de una multitud compuesta por otros sujetos singulares, salió a la calle. Volvió a recuperar sus sentidos. Según Ezequiel Martínez Estrada, la ciudad pervierte nuestros sentidos pues, en vez de percibir la belleza, convierte a nuestra inteligencia en órgano de lucha y de defensa y ocupado en eludir peligros. No quiero imaginar que opinaría hoy este pensador al observar a los piqueteros. Al respecto no soy tan pesimista ni crítico como Estrada ya que, aunque sea cierto que “la historia de la ciudad  es la historia de cómo el cuerpo comienza a atrofiarse, es cierto, también, que es la historia de cómo el cuerpo comienza a excitarse[11]

La gente se denominó “pueblo”, tomó banderas celestes y blancas, cantó el Himno y tomó la ciudad para defender los vestigios de una nación corroída. El término “pueblo” recuperó, aunque sea por un momento, su verdadera identidad, aunque el largo letargo lo obligara a compartir esa satisfacción con la noción de multitud. Era el Pueblo. Y era la Multitud. Era un pueblo que quería combatir, casi por primera vez en la historia. Un pueblo que había tocado el cielo con las manos durante el peronismo gozando de trabajo, protección social y sindical y vivienda. Tres pilares que en los años ´90 había perdido gracias a la “revolución productiva” de Carlos Menem. Un pueblo que se esperanzó con la Alianza pero, que se atemorizó con el discurso demasiado “revolucionario” de Carlos “Chacho” Alvarez y prefirió al viejo estanciero, honesto y buenazo, que representaba Fernando De la Rúa. Al igual que lo hacía Onganía, la clase media se enloqueció de alegría con éste padre de familia y luego le dijo basta cuando le tocaron el bolsillo. El pueblo parecía muerto pero derrocó a un gobierno pero no a un sistema. Como a mediados de los setenta, muchos creyeron que el pueblo peronista quería la revolución armada por medio de grupos como Montoneros, en estos días muchos se ilusionan con el gobierno del pueblo y de las asambleas, imaginando que el pueblo realmente quiere el poder.