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Piquetes - Introducción

Sociedades de control

Lo que importa es que estamos al principio de algo”[3]

 Gilles Deleuze cree que las sociedades disciplinarias que describió Michael Foucault están llegando a su fin. Deleuze cree que las instituciones de control social están en crisis ya que no funcionan como antes. Pasamos de la disciplina al control social, siempre atados por una vigilancia perpetua. Tanto Lyon como los autores del famoso libro “Imperio” –Antonio Negri y Michael Hardt- desarrollan el tema de la sociedad de la vigilancia que anteriormente comencé a describir a propósito del fenómeno piquetero. Estos autores basan sus ideas en que hemos pasado de una vigilancia “encerrada” a una “genérica” en donde las instituciones de encierro no tienen límites de visibilidad, son globales, no tienen fronteras. Es el imperio en donde la vigilancia ya no es ejercida por el Estado sino por una mezcla de éste con el mercado. De este paso como también del de la disciplina al control, “se puede derivar un paso correlativo de las instituciones de encierro a otro mecanismo material de dominación[4]”. Según los autores de “Imperio”, este nuevo mecanismo de dominación se da por los medios de comunicación y las redes de información. Mientras que la disciplina formaba cuerpos – máquinas para producir mercancías en la fábrica, el control moldea mentes para producir signos. En la Argentina, tal vez, la falta de representatividad en las instituciones –las cuales engloba al sistema político, judicial, parlamentario y también represivo – sea una de las consecuencias de la crisis de, justamente, las instituciones disciplinarias características de la modernidad de las que habla Foucault.

 Antes de continuar analizando las nuevas formas de protestas sociales, se me permita una breve aclaración. Hardt y Negri sostienen que actualmente no existen imperialismos, ni genuinos estados-naciones sino que se está formando un orden imperial: el Imperio. El imperio, tampoco es, como podría sospechar cualquier hijo de vecino, el superimperialismo yanqui, sino un “orden” de dominación que está “en todo lugar”, que no tiene “ni adentro ni afuera”, y que lo abarca todo sin comprender concretamente nada. Su lugar es la totalidad del mundo y su tiempo es la negación de la temporalidad histórica, es decir, ningún tiempo. No tiene centro (su centro está en todas partes), ni límites, ni nada: solo tiene –pequeño detalle - el monopolio último del poder: decide sobre la vida y la muerte de los hombres (las multitudes), las organizaciones, los estados – nación, etc.

Los autores rechazan el concepto de “pueblo”, porque pueblo es la idea de un sujeto histórico apto para la etapa de los estados-nación. Es una construcción “artificial”,  represiva y particularista. En ese sentido, todas las luchas de liberación nacional y descolonizadora, aunque justas, fueron históricamente un fracaso, porque no solamente no liberaron a sus “pueblos” sino que su proyecto de industrialización forzada autónoma, fue funcional al desarrollo del capital mundial, en la etapa previa al Imperio. Puesto que el concepto de “pueblo” resulta anticuado y además es reaccionario, los autores identifican en el conjunto de trabajadores materiales e inmateriales que pululan en el espacio global, es decir, en las multitudes, al verdadero sujeto histórico de la post-modernidad.