La Multitud y la Ciudad
El movimiento que se gestó durante el 19 y el 20 de diciembre no puede enmarcarse en su totalidad en la oposición entre pueblo y multitud que delimita Paolo Virno. Una de las características de esta heterogénea y repentina manifestación fue la tensión entre el accionar de la multitud y un pueblo que se resistía a desaparecer como tal. Paolo Virno retoma el concepto de multitud esbozado por Spinoza: multitud indica una pluralidad que persiste como tal en la escena pública, en la acción colectiva sin converger en un Uno, sin desvanecerse en un movimiento centrípeto. Multitud es la forma de existencia social y política de los muchos en tanto muchos: forma permanente, no episódica o intersticial. Para Spinoza, la multitud es la base, el fundamento de las libertades civiles.
Horacio González toma la metáfora de la invasión para señalar el temor que se le tiene a la multitud cuando esta aparece de golpe, retomando el control de la ciudad. La multitud desafía a la máquina ciudad; su repentino y violento accionar (golpear una cacerola a las once de la noche, para González, también es una forma de violencia) desorganizan el espacio pensado como circulación y, por ende, los tiempos de la misma. Los saqueos del año pasado atacaron la concepción de la ciudad como centro comercial, lugar en donde llegan y salen productos. Pues, “la ciudad del espectáculo implica la idea de que todo en ella deviene en mercancía[7]”. Es así, ya que “el espíritu moderno se ha convertido cada vez más en un espíritu calculador[8]” En esos momentos la ciudad dejó de ser el lugar en donde el otro era un anónimo. Los vecinos se juntaban, diseñaban tácticas para resistir y protestar formando barricadas en los principales puntos de Buenos Aires, se defendían y protegían de la represión policial.
Los movimientos piqueteros alteran el principal fin de la ciudad moderna: la circulación. Atacan el corazón de la ciudad: su circulación. Al taponar sus venas –avenidas, puentes- le quitan sangre –autos, transportes, movimientos de peatones- esencial para alimentar las demás partes del cuerpo –barrios lindantes, accesos, etc.-. La ciudad concebida para circular, esa que elogia Le Corbusier por su armonía y funcionalidad, esa que rechaza Richard Sennett por su frialdad y por el embotamiento del cuerpo, es convertida en un lugar caótico cuando los piqueteros protestan. Cortar las rutas es el recurso de quienes perdieron todo, incluso su espacio tradicional de protesta: la fábrica. Hoy los que protestan son los que perdieron el trabajo, los que piden trabajo, y el único lugar para hacerlo con que cuentan es el espacio público al que hace referencia Richard Sennet. Mientras que antes se interrumpía la producción, ahora se interrumpe la circulación ciudadana.
Los piqueteros son excluidos. No es ninguna novedad mi afirmación. Pero muchos creyeron como yo, que las clases medias luego de ser estafadas al confiscárseles sus ahorros, conformaría una alianza de clases con los sectores populares. Esto duró hasta que el corralito comenzó a flexibilizarse y la situación económica se “regularizó”. El sistema volvió a andar. Mientras que los piqueteros están acostumbrados a un mundo de escasez, la clase media está acostumbrada a mirarse el ombligo de su propio mundo de consumo. John Berger en “Puerca Tierra”, describe las formas de protesta y los ideales campesinos, los cuales, en el punto antes enunciado se asemeja con los piqueteros ya que el objetivo de los mismos es “un reparto justo del producto del trabajo[9]”.
Hoy, en pleno “veranito” económico, observo que en las protestas populares rara vez los medios registran los rostros de los piqueteros como también de los hambrientos –recién ahora está apareciendo en clave sensacionalista – Cuerpos marcados por la sensación de futuro incierto, envejecimiento temprano y sufrimiento a flor de piel. Cuerpos no dignos de la televisión de masas, aquella que los sectores populares también consumen pero que representan una escasa proporción de tiempo y espacio en ella por lo poco que representan en la torta publicitaria. No olvidemos que el cuerpo ya no es tal, sino una apariencia nada más. Y los sectores más castigados por la crisis –que para ellos es eterna y desde siempre- no tienen tiempo ni dinero de aparentar ni de arreglarse para salir en televisión como sí sucede en las protestas de ahorristas diseñadas, parece, para ser la nota de color de los noticieros de la noche.
Quizá los hechos del 19 y 20 de diciembre se expliquen simplemente –o no tanto- por una frase certera de George Simmel: “...El dinero solo pregunta por aquello que les es común a todos, por el valor de cambio que nivela toda cualidad y toda peculiaridad sobre la base de la pregunta por el mero cuánto. Todas las relaciones anímicas entre personas se fundamentan en su individualidad, mientras que las relaciones conforme al entendimiento calculan con los hombres como con números”[10].