A Modo de Conclusión
Al habitar de acuerdo a la organización maquínica, la ciudad no se erige para la felicidad del hombre, sino que este se adapta a la ciudad, a su tiempo y espacio. De esta manera, llegamos a la ciudad moderna. Esta ciudad, actual, está concebida para circular. Por eso se dice que el “tiempo es oro”, por eso generan tantas molestias al sistema los piqueteros. El automóvil y, en menor medida el ferrocarril, garantizan velocidad de movimiento, por lo que, siguiendo a Le Corbusier la autopista desplaza a la calle y el automovilista al peatón. Los recorridos de los hombres se vuelven funcionales y, cuánto menos se distraiga la atención durante el viaje, mejor. Pero no sólo los trayectos se diagraman en función a la producción y al consumo, sino que hasta el tiempo libre es regularizado y restringido a ciertos espacios y tiempos. La ciudad como unidad funcional se convierte en un sutil método de dominación mediante el cual el sistema capitalista dirige a los dominados y los prepara para producir. De allí, también, que se escuchen en los rincones más remotos de la ciudad o en los medios de comunicación más reaccionarios, frases tales como “los piqueteros no producen”, “no aportan soluciones sino que solo molestan a la gente”.
La ciudad no se adapta al hombre, sino que éste lo hace a la ciudad. Siguiendo a Frederic Jameson, la ciudad posmoderna lleva esta situación al extremo. El espacio total significa funcionalidad temporal al máximo, a tal punto que el espacio deviene virtual (los hechos ocurren básicamente en la televisión o en Internet –lo que no quiere decir que no ocurran en la realidad-). Así, la libertad queda restringida a unas cuantas horas libres –que cada vez son menos- en las que es mejor prender la televisión y olvidarse que afuera se encuentra el asfalto hostil y bello que nos observa.
Y allá afuera están los piquetes que aguardan el apoyo del que alguna vez gozaron cuando la clase media pidió a gritos “que se vayan todos”. Ya en el siglo XVIII, Kart Marx en “La Lucha de clases en Francia”, les decía a los rentistas de París: “bueno, elijan: está el proletariado esperándolos, que seguramente los recibirá como aliados, o sigan como siempre, defendiendo su pequeña propiedad sin entender las raíces del sistema de la propiedad y la producción[17]”. Esos piqueteros que reemplazaron a los obreros industriales de los años dorados del peronismo cuando aún las fábricas funcionaban. Hoy se reciclan, se transforman y protestan, ya no pidiendo mejoras salariales, sino simple y llanamente trabajo, pero están politizados sin ser políticos. Ello no es despectivo, pues, a pesar de que la democracia en nuestro país nos convenció de que la política era algo repugnante y que “...los políticos nos vendieron que la política es lo que ellos hacen en pasillos oscuros y que el poder se usa para conservar el poder...[18]”; la política sigue viva en su estado virgen en ciertos movimientos sociales que desean emerger.
Mientras que los que cortan las rutas gritan y protestan a la par de los ciudadanos que no pueden circular “felizmente”, se señala como responsable de todos los males del país a los políticos. Así los dueños del país, los empresarios que se llevaron la plata afuera o los mismos ricos que nos explotan a la gran mayoría –en la que me incluyo- a diario, son excluidos, en la gran mayoría de las veces, de las acusaciones. Ese es uno de los grandes logros de la democracia de mercado en la que estamos envueltos.
Sin embargo, mientras discutimos acerca de quiénes son los principales responsables de este calabozo en donde nos han encerrado, los piqueteros como el obrero de antaño aún “provocan el odio y el miedo burgués[19]”, reforzado por el discurso dominante que predomina en los medios. Como ejemplo podemos citar el tratamiento que se hizo de las muertes de Darío y Maxi del 26 de junio del 2002 cuando el diario más vendido de la Argentina personificó a “la crisis” como responsable de la muerte de éstos dos manifestantes, o cuando los piqueteros son caricaturizados como delincuentes “criminalizando” el reclamo y la protesta la cual es construida como inaceptable.
Para concluir el presente trabajo de una manera más alentadora permítaseme citar una cita del sociólogo Horacio González, la cual expresa mis principales ideas y, a mi entender, las de la materia –además si esto no cierra por ningún lado de alguna manera hay que cerrarlo-: “¿de dónde surgen entonces los grandes pensamientos, el de Maquiavelo, el de Marx o el de Perón? De un mundo en desquicio donde uno quiere darle algún orden. Entonces surge un gran dilema: ese orden puede ser represivo o puede ser un orden que pretende hacer que el mundo sea nuevamente vivible bajo condiciones mejores, y eso se llama revolución o cambio”[20].