¿Quién corre a quién?
Cuando empecé a escribir, tendría apenas seis años, dudada de
aquello que mis dedos dibujaban en el papel a través de letras, comas, puntos,
mayúsculas y minúsculas. Ciencia ficción, acción y aventuras eran mis
preferidos. Me avergonzaban los resultados pero mi abuelo capturaba esos
pequeños bocetos de cuentos que invadían mi cabeza, vaya a saber por qué, y me
incitaba a continuar con aquel mágico rito. Él lo sentía así. Magia emanaba en
sus elogios hacia mí y magia es lo que provocaba en mí, motivándome a continuar
con tales costumbres para que se vuelvan prácticas usuales en mi tiempo libre y
también del otro. Así fue pasando el tiempo, la tinta se fue acabando y las
hojas desparramándose y perdiéndose en el olvido de los años que,
indefectiblemente, corren sin parar. Y yo corrí y corrí para alcanzarlo pero la
tarea aquella no me daba respiro. Un día dije basta, hasta aquí llegué, y decidí
abandonar la carrera. Es así como concluyó mi periplo, muchos fueron los éxitos
y también los fracasos...
Hoy acostado sobre la cama de un hotel en la costa, me veo preguntándome insistentemente ¿por qué pasa el tiempo? Casi como una obsesión en mí, esa inmensa confusión recorre mi interior en ese instante de adiós. Tiempo y espacio han sido los dilemas de la humanidad y también los míos. Me pregunto cómo puedo lograr evitar que los minutos se sucedan ahora, cuando más los necesito. ¿Cómo frenar al tiempo y revivir el pasado más allá de la escasez de los recuerdos?
Bruscamente intento ponerme de pie y hallar un papel y una lapicera para escribir un mensaje, un último mensaje en donde volcar algún pensamiento, una duda o atestiguar algo que jamás me animé a decir. Recuerdo cuando era niño y preguntaba sobre el tiempo a mi padre; él subestimaba mis preguntas, sobre todo cuando el reloj marcó la medianoche de ese caluroso verano hace tantos años ya en que cumplía nueve años. Desde esa noche, en que finalizaban mis días con ocho años de vivencias sobre mi pesada mochila llena de inocencia con la que suelen cargar los niños en aquella edad, con esa frescura y ternura que solo da la falta de experiencia para con la vida, fue que dejaron de agradarme los cumpleaños, por lo menos los míos, y comencé a sufrir, a sentir sinsabores y frustraciones conscientemente. Comencé a teorizar y a reflexionar, a amar pero también a odiar de otras formas desconocidos para mí aún. Desde esos momentos dejé de querer ser grande y soñar con el futuro, quería que el tiempo no siga y que el crecer no sea algo en mi vida. Quería ser niño por siempre.
Pero el tiempo siguió su camino y yo el mío, a su lado con mi deseo maltrecho. El tiempo y yo nos enemistamos por mucho tiempo, tanto tiempo que creo que fue hasta ayer que intenté volver a hablarle y preguntar por él; es que últimamente me ha vuelto a preocupar que es de su vida como cuando era pibe y me angustiaba su existencia. Hoy también me provoca esa sensación pero de una manera distinta. Peor...
Hace unos segundos que no le hablo y ya lo extraño. Por suerte antes de despedirlo he podido reconciliarme con él y decirle que es hora de irme, de dejarlo ir. Sin embargo, aún no le perdono las oportunidades perdidas, aquella chica que perdí por no tener tiempo para ella con la que quería casarme, aquellas palabras que nunca le dije a mi padre y el saludo que nunca le di a mi abuelo. Aún no entiendo como no me dio más tiempo para hacer cosas que siempre dejaba para mañana y hoy ese mañana nunca ha llegado. Tal vez el tiempo tenga razón y el equivocado sea yo que busca -buscaba- cambiar algo que no cambiará jamás. Y, si, cambia, ¿qué vale ahora? ¿para qué? ¿Para complacer a un caprichoso que en todo este tiempo simplemente dejó que éste transcurriera sin más ni menos? El tiempo corre y yo no corrí detrás de él, eso creo ahora. Permanecí estático reclamando un tiempo que quizá nunca transcurrió, tal vez excepto en mi imaginación, aquel tiempo en que todo era alegría, felicidad e inocencia.
Para mí, el futuro nunca llegó ya que cuando el presente mutaba en él, ya era pasado en mí. Vago recuerdo de un pasado inconcluso y de un presente no vivido. Así el tiempo dejó de correr para mí. Ahora, que desesperadamente necesito un segundo más de su tiempo para mantenerme vivo y lograr alcanzar el teléfono en busca de alguien que me saque de este sorpresivo paro cardíaco; querido tiempo, hoy, ya ahora, me pregunto, desde otra dimensión del tiempo -más confusa y menos clara, obvio -, si una vez, tan solo una vez, el tiempo corrió para mí...
Luis Gasulla