Apuntes sobre Malvinas
(lo que el periodismo calla).
Acaban de cumplirse 20 años del desembarco argentino del 2 de
abril de 1982. Frente a tanto homenaje superficial, tanta desmemoria o recuerdo
parcializado, como el advertido por estos días, tras tantos años de
desmalvinización sistemática, será útil, particularmente pensando en las nuevas
generaciones de argentinos que no vivieron el conflicto, recordar ciertas cosas
que, por lo común, no se tienen presentes:
1. La Argentina declaró la guerra a la OTAN. Es un disparate oído en estos días a través de algún programa pseudo-periodístico. En 1982 la Argentina no le declaró la guerra a nadie. Enfrentó sí un conflicto armado no previsto ni deseado con Gran Bretaña, que se desarrolló en tierras y mares propios, que contó, también es cierto, con el apoyo activo de los países integrantes de su Mancomunidad Británica de Naciones, de los principales países integrantes de la OTAN y de los EEUU. Ninguno de esos países se molestaron en declararnos la guerra, simplemente nos agredieron. De todos ellos, sólo Inglaterra ostentaba móviles aparentemente racionales para actuar de tal forma.
2. La Argentina, provocó la guerra. Eso es lo que dijeron y continúan repitiendo hasta hoy los ingleses, sus testaferros y paniaguados en todo el Mundo. Lamentablemente también muchos argentinos, algunos desinformados, los menos lisa y llanamente traidores a su patria.
La Argentina no provocó guerra alguna, puesto que nadie que ocupa su propio territorio agrede a un tercero. La conducción institucional argentina de entonces cometió gravísimos errores de cálculo y previsión, pero ninguno de esos errores empaña la justicia y razón de la acción nacional del 2 de abril de 1982.
3. Los responsables argentinos de la guerra deberían ser juzgados. Efectivamente correspondía juzgarlos con el máximo rigor aplicándoles las mayores penalidades, por haber perdido la guerra, no por haberla hecho.
4. La guerra fue una catástrofe. No la guerra en sí sino su resultado magnificado y prolongado en el tiempo por la consiguiente desmalvinización, resultó -y sigue resultando- una catástrofe nacional.
Desde el punto de vista estrictamente militar, las pérdidas
materiales inglesas fueron superiores a las nuestras, y las bajas argentinas en
muertos y heridos reducidas, atendiendo al número de soldados
involucrados, la pésima estrategia en la defensa de las islas reconquistadas por
Inglaterra -tan ilegítimamente como en 1833- y la superioridad técnica del
armamento del agresor. En términos bélicos la guerra no fue el paseo militar
previsto por los británicos, y la bravura de la tropa nacional quedó claramente
evidenciada. El carácter catastrófico de la guerra no fue ni militar ni económico
sino político e institucional. Se pretendió convencer al pueblo argentino que
habíamos cometido un crimen - se habló de parricidio- se profundizó su
sentimiento de minusvalía y dependencia, como si debiéramos cargar de ahí en más
una gran culpa histórica, y se humilló a la Nación argentina y a su pueblo mucho
más allá de lo que pudiera significar para cualquiera el circunstancial
resultado del breve conflicto militar.
Ciertamente -y no es broma- el castigo infligido por las grandes potencias imperialistas a la Argentina a partir del 14 de junio de 1982, es proporcionalmente comparable al sufrido por Alemania al término de la Primera Guerra Mundial.
5. La derrota militar argentina era inevitable. Es otro disparate. Si Inglaterra hubiera estado segura de su victoria militar no habría solicitado y obtenido el apoyo activo de la OTAN y los yanquis, ni hubiera impulsado a su títere chileno Pinochet a concentrar las dos terceras partes de su ejército, mejor entrenado y equipado que el nuestro, sobre la frontera sur argentina en actitud claramente amenazante.
Ni siquiera así las tuvo todas consigo. La desclasificación de los documentos reservados de aquellos tiempos, demuestra hoy que a una semana de la rendición argentina, Inglaterra desesperaba del resultado del conflicto. Ciertamente, con todas las potencias industriales capitalistas en contra y el principal vecino territorial presto a ocupar la Patagonia, el desenlace militar se tornaba a la corta o la larga inevitable. Pero eso es harina de otro costal. Nada impedía transformar una derrota armada circunstancial en una gran victoria en el tiempo largo de la lucha antiimperialista. Claro que para que esto último ocurriera se necesitaba otra estrategia y sobre todo, otro gobierno. Esa fue la verdadera debilidad argentina, sobre la cual se montó la tragedia de la desmalvinización, que mucho tiene que ver con la seguidilla de fracasos posteriores y la precariedad de la institucionalización democrática formal que sigue hasta hoy.
6. El gobierno de entonces engañó a la población. Desde años antes de Malvinas, al gobierno del Proceso no le creía nadie, así que el que tomara como verdad cierta todo lo que repitiera la propaganda oficial era porque quería ser engañado. El periodismo argentino de aquellos días pecó de triunfalismo, pero también es verdad que los principales medios pecaban de derrotismo. El que no lo crea, que relea los comentarios y editoriales de los principales medios del momento. Por otra parte, la desinformación o información tergiversada, es practicada por todos los países que atraviesan conflictos similares. En rigor, los partes oficiales de guerra argentinos no fueron en general triunfalistas, y - andando el tiempo- los hechos que relataban han han sido reconocidos, en gran medida, por los propios ingleses.
7. Desde el siglo XVII hasta nuestros días Inglaterra ha llevado a cabo innumerables agresiones armadas, contra otros pueblos y países en todo el Mundo. A nosotros nos atacó tres veces: en 1806, en 1807, en 1833 -año en que conquistó nuestras Islas Malvinas- y entre 1845 y 1850.
Salvo respecto a Malvinas, en que logró su objetivo, con la colaboración ya por entonces de nuestros grandes amigos yanquis no le fue bien . Particularmente grave fue su derrota de 1807, en que el pueblo de Buenos Aires, hizo añicos a un poderoso ejército de invasión, que, con relación a la época, era diez veces más imp0rtante que el que rindió Menéndez en 1982. En 1806 y 1807 los echamos como rata por baranda y años después fueron humillados por la Confederación Argentina ¿Cómo reaccionó la clase dirigente británica de entonces?: Con el mas absoluto SILENCIO. Es el día de hoy, que esos episodios, totalmente desconocidos para el común de los británicos, ocurridos cuando Inglaterra era la potencia imperial mayor de la Tierra y su flota se enseñoreaba en todos los mares son ignorados hasta por sus más distinguidos historiadores.
Inglaterra exalta y exagera sus glorias militares, y OCULTA sus derrotas, algunas ignominiosas, como las que reiteradamente le infligió nuestro pueblo. Las derrotas británicas del siglo XIX a manos de los argentinos, que en su momento tuvieron la mayor significación, y fueron comentadas en el mundo entero, se ocultaron de ahí en más. Así actúa el más democrático de los pueblos, que cuenta, nos dicen, con el periodismo más libre e imparcial según se nos repite hasta el cansancio.
Es una buena enseñanza para los papagayos locales, que solo saben imitar a los anglosajones.
8. Se ha caracterizado a la acción del 2 de abril como agresión fascista, siguiendo la esclarecida tesis de la libertaria Margaret Tatcher. Deliberadamente se confunde el carácter del gobierno argentino de entonces, la orientación subjetiva que pudo querer dar a sus acciones, con el significado objetivo que ostentan y su recepción por parte del pueblo argentino. Así son desinformadas masas obnubiladas por la acción psicológica imperial en todo el Mundo.
Esta tesis, sostenida por investigadores o periodistas con pretensiones de seriedad, no solo es insostenible sino malintencionada. Juzgar fascista a Galtieri es un anacronismo, pero comparar al pueblo argentino sosteniendo a sus autoridades en Plaza de Mayo frente al "amigo americano" de turno, Haig, con las supuestas multitudes delirantes de la Marcha sobre Roma, no solamente es un absurdo histórico, sino un ejemplo de parcialidad cretina. Esto cuando al mismo tiempo se oculta la naturaleza perversa de los gobiernos de Tatcher y Reagan.
Para este tipo de analistas, el pueblo argentino es fascista, o, en el mejor de los casos, fue torpemente engañado. Sistemáticamente se oculta que el conjunto de nuestro pueblo saludó la recuperación de las Malvinas, pero, ni por asomo, se encandiló tras la figura de Galtieri ni de su régimen, que repudió antes, durante y después de la guerra de 1982. Existen muchos imbéciles en nuestra tierra, particularmente entre los llamados intelectuales y nuestras clases auto-tituladas como pensantes, que además de incompetentes políticos, tienen la rara habilidad para opinar invariablemente contra el país, pero la gente común no come vidrio.
El ardor patriotero y racista del pueblo ingles al despedir a sus tropas de invasión, paralelo a su absoluto desconocimiento histórico y hasta geográfico de las Islas Malvinas, los tiene sin cuidado. La imagen alucinante de jóvenes británicas exhibiendo sus senos en señal de entusiasta adhesión a las huestes guerreras que partían hacia tierras remotas y perversas donde se humilló a la rubia albión entre gritos orgásmicos, que recorrió las pantallas de la televisión del mundo entero no despierta su verba analítica. Hace pocos meses hemos visto una reacción similar de los estadounidenses, habitualmente tan inexpresivos, ebrios de entusiasmo por el torpe ataque contra Afganistan, creyendo como chorlitos cuanta tontería expresa su gobierno. Pero, para el periodismo "democrático" esto no es fascismo, ni siquiera puericia política, sino admirable exhibición de sano patriotismo.
Estos analistas o periodistas "serios" son torpes o venales. Ignoran -o hacen como que ignoran- lo que aquí explicó hace 50 años Hernández Arregui, constructor del pensamiento nacional, por eso mismo olvidado desde hace décadas: que existen dos clases antagónicas e incompatibles de nacionalismo, incomparables entre sí. El nacionalismo de los países imperialistas, grandes potencias conquistadoras que disfrutan sus agresiones y sus rapiñas, que gozan con la sangre de los pueblos que humillan, que como hicieron asirios y romanos de la antigüedad vuelcan su líbido en sus representaciones y actos de poderío bélico, que divide al mundo entre los buenos -ellos- y el resto, maligno y perverso que solo puede vivir inclinado ante el amo y el nacionalismo libertario de los pueblos dominados que aspiran a acceder al rango genuino de las naciones, cuya naturaleza es defensiva, que no se alimenta de prepotencia sino de dignidad, que no sorbe alienado la sangre de los derrotados sino que persigue su propia dignificación, que no pretende la humillación del otro sino el recupero de la identidad propia, que no proclama el derecho de conquista del mas fuerte, tan antiguo como la pedrada alevosa sino la justicia, como utopía posible y racional de un mundo de iguales.