Análisis del Panqueque 25:23
Piquetes... del horror al odio
"Una historia repetida se vivió en la
Plaza de Mayo hasta la tarde de
anteayer (9 de agosto de 2002). El ámbito simbólico en que nacieron nuestra
libertad y nuestra
República no podía, por supuesto,
mantenerse al margen de los atropellos que hoy se cometen
en nombre de esos valores definitorios de la nacionalidad y se llenó de
piqueteros, se rodeó
de inquietud y de calles cortadas y fue herido por los insistentes deterioros de
siempre".
Así comienza la nota publicada el 10 de
agosto de 2002 por el diario La Nación referente al acampamiento piquetero
frente a la Casa Rosada.
Sinceramente en este momento no me dan ganas de contestar estas estupideces, pero sí deseo rendirle mi más sincero homenaje a Darío y a Maxi. Por siempre.
Verosimil, realidad y sueño
Otra vez en la ruta. Sentado junto a mis compañeros, me cuestionaba si valía la pena seguir luchando. ¿No era una pérdida de tiempo? Mi canto, como el de tantos otros, no tenía eco y desfallecía a la vuelta de la esquina. No sabía a ciencia cierta cuántas horas soportaría así, sin comer ni beber. Mientras tanto, en cada rincón de este vasto océano de pobreza y desilusión, los niños seguían llorando. Reticencia al cambio, exclamó un compañero. Los patriarcas mafiosos del poder son como los lobos: salvajes y asesinos. El diálogo entre los presentes cobraba un sentido filosófico pero la seducción de regresar a nuestros humildes hogares y abandonar la lucha era más fuerte. Hasta que, de repente, gases y balas, se invitaron a la fiesta sin pedirnos permiso. Corrí tan rápido como pudo hasta que lo vi. Un joven como yo yacía malherido en el piso de la estación de trenes. La electricidad que sentía correr en mis venas, no me dejó más alternativa que detenerme ante su pedido de auxilio mientras se desangraba. Luego, casi sin darme cuenta, me hallé en el piso de la muerte viendo como me robaban mis sueños, mientras la vida de mi compañero se extinguía. No importaba, interiormente aún sentía latir la fuerza, ya no de la revolución, sino del deber cumplido. Sentí como la luz de mis ojos se apagaba y escuché a lo lejos: “No flaco, prohibido pasar”...
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