Medios en crisis

Las noticias resultan una textualidad adecuada para la lectura del estado de la sociedad y de sus instituciones, en especial, en momentos de extrema crisis, como la que atraviesa nuestro país. Hoy, los políticos, los banqueros, los empresarios, los sindicalistas y la “maldita” policía son deslegitimados por la sociedad, pero esa encrucijada en la que están inmersos ha empezado a tragarse al periodismo, que pierde credibilidad día a día. Desde hace ya varios meses, la violencia engloba toda noticia. La violencia en las calles, en la policía, de los piqueteros, en las protestas, en el fútbol, en todos lados. La violencia se ha devorado todo, pareciese ser la consigna de los medios. Los secuestros, los asaltos, la toma de rehenes, la crisis que se llevó dos piqueteros –tal fue el titular del matutino más vendido de Buenos Aires el 26 de junio del presente año-, los destrozos en los bancos, los escarches y las brigadas anti-escraches.

Los medios simplifican las noticias y remiten toda forma de identificación en un “nosotros” y en un “ellos” reconstruyéndola en todo tipo de situación conflictiva (“democráticos” y “agitadores”, “ciudadanos” y “malvivientes”, “trabajadores” y “piqueteros”, “persona común” y “asesinos”). En la construcción de estereotipos contribuyen a las operaciones de estigmatización y discriminación, represión y “mantenimiento del orden establecido”. Como se señaló anteriormente, la serie favorita de los medios hoy, es la de la violencia y que se califica con los atributos de la (in)seguridad, el (des)control y el (des)orden para manifestarse “ciudadanamente” sin molestar al trabajador común –crítica realizada cotidianamente a los piqueteros. Toda forma de violencia es explicada, por los periodistas progresistas, como producto de la crisis económica que atraviesa nuestro país. En cambio, los comunicadores, por llamarlo de alguna manera “integrados” y que en cierta forma apelan al caos “después de hora”, entienden a la protesta como violencia y a ésta como fruto de la falta de orden y leyes claras. “Es un mal que aqueja a nuestro país”, dicen, como si se tratase de un mandato de Dios. Se criminaliza tanto a los delincuentes, antes de ser juzgados, como a los piqueteros por posesión de rostros similares a los ladrones de gallinas. De esta forma, la sociedad compra un discurso cuya consigna indica que el delito proviene, en su gran mayoría, de los sectores marginales de la misma y, se alzan voces, que piden “cercar las villas” para acabar con este mal que nos aqueja a todos. Por otro lado, se transforma en “normal” el discurso mediático del llamado sentido común, el que dice que las rutas son para el tránsito, o las plazas para que los niños jueguen entre ellos, sin que nadie los moleste.

Por todas estas simplificaciones, generalizaciones, noticias de hechos que todavía no han ocurrido –cada día la práctica del rumor y el anticipar lo que vendrá y, después, rara vez sucede, es mayor-, la casuística, la historia de vida junto a las microhistorias, se devoran las verdaderas causas y consecuencias de las explicaciones que el ciudadano debe encontrar en la prensa, más allá de su rol como consumidor de información. Es, por lo tanto, necesario señalar la responsabilidad social y cívica de los periodistas, que incurren en tales falencias y juegan el juego del mercado basado en la oferta y en la demanda. Su causa y su efecto. Quieran o no, son parte de ello. Bien lo indica Osvaldo Barone “no es el show el que invade al periodismo. Desgraciadamente es a la inversa”. Pero ese show no es tan solo un show para ver quien vende más “la información” o de la  forma más clara y verosímil posible. Ese show es una forma de control social y es una imposición de un sentido dado. Esa lucha por el control que ejercen los grandes poderes –recordemos que el periodismo por algo es denominado como el cuarto poder- “es la lucha por la apropiación e imposición del sentido del mundo” como sentencia Stella Martini. De allí la importancia de un periodismo arriesgado y crítico y sin ataduras al discurso dominante. De allí que sea tan utópica creerlo posible cuando ellos forman parte del discurso dominante.