La guerra de las falacias

 

 

El arsenal está preparado, el líder encabeza la ofensiva rodeado de un numeroso cuerpo de hombres que lo acompaña, los blancos múltiples ya han sido identificados y el impacto, se sabe, será estruendoso. Entonces comienza “la” cuenta regresiva, aquella cuyo segundo final marcará un hito en la Historia de la Humanidad. 3, 2, 1... El presidente George W. Bush se coloca detrás del atril para dar comienzo a la conferencia de prensa y el fluir de sus palabras desata el ataque. Ya no hay tiempo extra: la “Guerra de las falacias” ha comenzado.

Si bien son habituales los cuestionamientos hacia la clase política debido a determinadas actitudes que atentan contra los valores que la gente desea ver reflejados en sus dirigentes, es innegable el buen manejo que la gran mayoría de los políticos tiene de la oratoria. Así, los altos funcionarios de gobierno ponen especial énfasis en lo que la antigua Retórica de Platón definía como “persuasión”, y el cuidado de la imagen personal les resulta tan importante, que hasta dejan de lado la salvaguardia de su reputación. Por eso no es de extrañarse que los discursos  del republicano Bush tengan tanta repercusión en cuanto a sus dichos, sobre todo teniendo en cuenta que, dada su condición hegemónica, lo que diga el dueño del circo es casi un mandato divino para la troupe que descansa a la sombra de su figura. Sin embargo, esta situación puede llevarnos a cometer un gravísimo error de consecuencias imperdonables que es tragar sin masticar, es decir, aceptar argumentos falaces por el solo hecho de que provienen de boca del hombre con mayor poder político-económico a escala mundial. Una simple lectura entre líneas de los pronunciamientos del presidente de los EE.UU. con respecto al ataque yanqui a Irak, da cuenta del desatino presente en sus palabras, ya que sus enunciados encubren tres grandes falacias que salen a la luz cuando la lupa de la Lógica se posa sobre ellos.

 Entendiendo por falacia una falla en cierto razonamiento que lleva, como consecuencia, a la emisión de un mensaje erróneo por parte del locutor, debemos reconocer dos grupos: falacias de atinencia y falacias de ambigüedad. La metida de pata inicial del primer mandatario norteamericano corresponde a las primeras, más específicamente se trata de aquella conocida como ad hominem, esto es, “contra el hombre”, caracterizada por atacar la figura de cierta persona en sí, millones de dólares” en concepto de ayuda humanitaria para que los países afectados por la guerra puedan “recomponerse y reparar los daños ocasionados”. Después de este gran absurdo, cabe preguntarse: ¿Para qué la guerra?  

Finalmente, y haciendo honor al dicho “no hay dos sin tres”, el emperador del norte ha sabido esputar de su boca una tercera proposición falaz, quizá la más irrisoria de todas. En este caso se trata de una falacia de ambigüedad de composición, o sea que quien pronuncia un enunciado de este tipo, falla en atribuirle al todo las características de una o más de sus partes. Bush, en su afán por justificar el inicio del ataque en suelo iraquí, se pronunció públicamente hacia fines de marzo diciendo que “el mundo entero se ve amenazado por el terrorismo”, discurso que tuvo su origen tras el atentado a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001. Pero la búsqueda desesperada  de apoyo político a su empresa militar no tuvo el éxito esperado, a tal punto que la propia ONU (Organización de las Naciones Unidas) se opuso rotundamente a las intenciones de Bush, con lo cual quedó demostrado que el interés en un conflicto armado “a favor de la paz” no era tan generalizado. La oposición de las naciones más poderosas es una prueba fiel de ello: peso pesados como Francia, Alemania e Italia le dieron la espalda a EE.UU.; Japón, líder mundial en materia económica después de los norteamericanos, se desentendió del ataque yanqui; potencias nucleares de la talla de Rusia y Corea del Norte hicieron la vista gorda... Lejos de desanimarse, el régimen bushista se escudó en sus aliados ocasionales,  Inglaterra (ladero incondicional desde su decadencia como primera potencia económica mundial) y España (soporte político de ocasión en búsqueda de cierta tajada petrolera), para llevar a cabo su ofensiva personal.

Una vez desnudas las palabras del orador con más horas televisivas a lo largo de la segunda Guerra del Golfo, salta a la vista que la incoherencia de ciertas decisiones difícilmente pueda revestirse con el manto de la impunidad, ya que, gracias a Dios, las máscaras que pretenden ocultar nefastos intereses muestran su fragilidad al analizar las palabras de aquellos que se refugian detrás de ellas y, esclavas de lo dicho en el pasado, acaban por caerse.

Dicen que la pluma es más poderosa que la espada; sabio razonamiento, si no pregúntenle a Bush, cuyo imponente despliegue de marines, tanques, misiles y bombas fue derrotado fácilmente, no por la fuerza enemiga, sino por su propia grandilocuencia. Por eso, George, say no more...     

Mariano Pagnucco

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