Esquivando Aguavivas
Con la llegada de la época estival, lejos de tomarse vacaciones, la actividad deportiva cambia de escenario. Así, el césped o la baldosa de algún campo de juego se ven reemplazados por la eterna arena playera y los cánticos tribuneros mutan en los latigazos de las olas al romper contra la orilla. Y a pesar de no tratarse de una competición olímpica, la oferta de disciplinas es variada incluso al pie de los médanos.
Comenzando por el relajante footing (práctica menos deportiva que ociosa), es común ver a individuos adultos, amanecidos casi con el sol, que disfrutan de la soledad de la playa en horas de la mañana e inclusive utilizan la caminata como pretexto para facilitar la digestión del atómico café con leche con medialunas.
Los más jóvenes incurren en actividades más vertiginosas, tales como el bodyboard o la nunca bien ponderada "banana". La primera, cuya traducción criolla es "barrenada", constituye todo un tema de discusión familiar ya desde antes de las vacaciones. Ocurre que el barrenador suele ocasionar dolores de cabeza al jefe de familia, porque, en el momento de cargar los bolsos y demás objetos, el bendito implemento de telgopor (o tergopol, como más guste) ocupa demasiado espacio en el portaequipaje. Entonces aparece la disyuntiva: ¿Dejamos la heladerita portátil, la tabla del nene ó el perro? Con respecto a la segunda opción, montar el plátano ha incrementado su popularidad en los últimos años a la par de aquella visión del nuestro como un "país bananero". Si bien adentrarse en el océano sobre la fruta tropical por excelencia no representa demasiado riesgo, nunca falta el piola que aprovecha la ocasión para "encimar" a la pulposa compañera de adelante ó aquel desprevenido que pierde su short de baño en una zambullida y, desprotegido completamente, hace honor al nombre de la embarcación exhibiendo sus atributos naturales.
Y como no podría ser de otra manera, nunca faltan los clásicos del deporte costero. Ahí se destaca principalmente el "picadito", cuya cancha carece por lo general de límites precisos, lo cual hace que el "fulbo" muchas veces se convierta en waterpolo. De todos modos, el máximo peligro que se corre (Dios no lo permita) es que algún zapatazo (ojotazo) furioso aterrice en la sombrilla de la Doña que está tomando mate y la bola arremeta contra el termo. El "paleteo" es otra disciplina histórica de los balnearios de nuestras costas. Practicado generalmente por dos personas, cada una de las cuales posee una pesada paleta de madera en forma de pera y con el mango alargado, este divertimento consiste en colocarse a una distancia prudencial del otro y arrojar al oponente una pelotita (habitualmente de goma) previo impacto con la paleta. El juego va tomando ritmo a medida que los participantes entran en calor, pero así como aumenta la velocidad de la pelota, lo mismo ocurre con la agresividad de los lanzamientos, lo que produce que en cierto momento los jugadores se encuentren a una cuadra de distancia uno del otro, con los consiguientes trastornos que esto acarrea. Es por este último motivo que la práctica del "paleteo" hoy en día es casi nula. Contrariamente, un deporte que ha conseguido destacable notoriedad en los últimos años es el vóley playero (beach volley que le dicen). Y en la playa no hay distinción de sexo, edad, religión ni moda, ya que todos se prenden en los partidos del atardecer, razón por la cual es sumamente interesante sentarse al borde de la cancha a observar el desfile de gente que se genera en cada rotación. Allí se puede encontrar desde el atleta hiperquinético hasta la escultural señorita que de vóley no sabe nada pero, oh casualidad, todos la quieren en su equipo, pasando por el viejito piola que acompañó al hijo y ya que estaba se enganchó, el "langa" que se sumó al match para exhibir sus tatuajes y el "gordito" que sólo espera el final de la jornada playera para compartir una grande de jamón y morrones con sus compañeros. Así es, en convivencia armónica, casi como el Arca de Noé, el beach volley alberga a la fauna playera en su totalidad.
Cómo omitir en la lista de clásicos playeros al viejo y afamado tejo, tradicional e infaltable compañero de los veraneantes argentinos, ya sea que se encuentren en las caracolientas playas de Las Toninas ó en las blancas arenas de Río de Janeiro. Últimamente, cabe decirlo, se ha sumado una nueva modalidad a este deporte, la que se practica principalmente en Mar del Plata y se ha dado en llamar tejo-robás debido a la imposibilidad de montar en los balnearios de "La Feliz" una cancha sobre la cual jugar, producto ello de la multitudinaria presencia de bañistas que anegan la zona costera donde se encuentra la codiciada arena húmeda. El juego de los discos, casi más que un deporte, es la perfecta excusa de unión familiar dado que en un partido tipo se juntan el nieto, el abuelo, la tía, el sobrino y cuanto pariente se anime a "arrimar al bochín". Claro que no todo es armonía en el tejo. Existen en ciertos balnearios estratégicos feroces competencias de las que participan sobre todo hombres entrados en años para demostrarse a sí mismos tener la muñeca más rápida del Este, lo que le permite al ganador, a la vuelta de las vacaciones, ostentar el título frente a los vecinos de la cuadra. Dichos partidos se juegan "a cara de perro" (aunque las caras de los perdedores muchas veces son más desagradables que el rostro del más feo pequinés) y se caracterizan, sobre todo, por la excesiva extensión de la cancha que obliga a agudizar la vista y el pulso para realizar un lanzamiento de tejo certero. Sin lugar a dudas, los encuentros con final cerrado son lo más apasionante de esta disciplina. Es entonces, cuando la agudeza visual carece de validez para determinar si es liso ó rayado el disco más cercano al bochín, que hace su aparición el metro amarillo tipo carpintero para sentenciar una victoria que dejará al derrotado con las manos vacías y la bronca acumulada, al menos, hasta el próximo verano.
Es evidente que las opciones para pasar un verano en movimiento son innumerables. Y si a la costa atlántica nos referimos, imposible olvidarse de la mar, mixtura justa de sal y agua cuyo color pardusco oculta los más diversos objetos que luego son depositados sobre la arena al bajar la marea. Cuna de criaturas marinas de tamaño sideral y lecho de tesoros dormidos en algún rincón de su suelo, el océano es una buena alternativa para la natación estilo libre. Desde atravesar las olas antes de la rompiente hasta hacer la plancha en la mansedumbre de un oleaje calmo, las posibilidades de disfrute en el agua son muchas. Eso sí, los seres subacuáticos, tan imperceptibles como móviles, suelen divagar por las zonas bajas debido a causas impredecibles en momentos inoportunos. Consecuentemente, no hay peor cosa que percibir de pronto la presencia de un grupo de moluscos que se dirige hacia uno de modo errante. Y no hay imagen más impactante, tampoco, que la de un improvisado Meolans apurando su nado desesperado, intentando llegar a tierra firme y, mientras tanto, esquivando aguavivas.
MEP