EL SOÑADOR
Estaba cansado. El trabajo, para su debilitado cuerpo, había sido muy duro ese día, y cayó súbitamente abrazado a su almohada mientras que la televisión se mantenía estática, a todo volumen. Mañana debía ir al juzgado a intentar resolver uno de sus frecuentes juicios de los que era partícipe últimamente gracias a su nuevo empleo como abogado defensor de una de las empresas más importantes de la ciudad. Tomó un calmante para ayudar al sueño y se durmió profundamente con el temor de no poder hacerlo y de sufrir pesadillas de los jueces y demás integrantes de aquellos espantosos ámbitos en dónde él se desempeñaba. Nadie lo acompañaba en su cama de dos plazas, ya desde hace tiempo que esa situación de soledad, se repetía noche a noche. Su esposa lo había abandonado luego de encontrarlo en ese mismo objeto de deseo, (no precisamente durmiendo) con otra. El pecado había sido imperdonable y por un impulso había perdido a la mujer de su vida. Acariciaba a la almohada recordándola, y mientras dormía la llamaba una y otra vez envuelto en sus más recónditos recuerdos de aquellos días repletos de amor y felicidad. Al despertar observó por la inmensa ventana de su cuarto el cielo nublado y agarró, por las dudas, un paraguas para no mojarse durante el trayecto a su trabajo.
La noche caía nuevamente y el sueño se volvía a apoderar de su desdichado cuerpo. El trabajo lo superaba y la idea de abandonarlo y tirar el juicio aquel por la borda, se adueño repentinamente de su mente. A lo lejos el firmamento separaba el cielo de la tierra (en realidad se divisaban edificios y más edificios). Pronto se vio revolcado en el mar, desbordado por olas y olas de agua levemente marrón con una pequeña tabla de surf por debajo de sus brazos. A lo lejos el horizonte dibujaba el rostro de una persona, vaya a saber de quién, pero esa terrible imagen fue suficiente para cortarle el sueño, y mandarlo directo al baño a lavarse el rostro y despabilarse. Otro día igual.
El día se hizo pronto noche. El tiempo volaba en su vida y él volaba detrás intentando alcanzar la vida, la verdadera razón de vivir. Su mente creaba plantas imagiarias e incontables arbustos y pinos y demás especies de frutos de la naturaleza. Pensó que tal vez el programa especial de aquella asociación defensora del medio ambiente, que hacía poco había visto por la televisión; lo había afectado demasiado. Pensó, también, que estaba abusando de los calmantes y que éstos le producían una leve confusión entre los sueños y el despertar real de la mañana. Su cuerpo, ya por ese entonces, era una sombra de lo que solía no ser no mucho tiempo atrás. Esa noche cerró los ojos en su balcón mientras miraba las estrellas. Su inconsciente las dibujaba aún más hermosas y brillantes en su imaginación eterna; además, el arco iris de múltiples variaciones de colores, le dibujaban una sonrisa y le producían una paz interior que aportaban una sensación de bienestar y de deber cumplido.
Pero el trabajo lo devolvía una y otra vez a la realidad, a la agobiante realidad. El mundo era demasiado duro con él. Ese planeta que todos habíamos creado, o que Dios había hecho para nosotros, se había convertido en un infierno de destrucción y violencia, lleno de codicia y odio. Aunque él no creía en Dios ni en nadie pues no tenía convicción en religión alguna, establecía filosóficos pensamientos de culpa y fe para con la humanidad. En la quinta noche, desde aquel horrible juicio que debía forntar para defender los intereses de la famosa empresa que representaba, evocó las múltiples especies del mar. ¿Cómo no olvidar aquella pecera que su padre le había regalado, allá durante la niñez? Pero ese rostro en el horizonte de sus turbios sueños volvía a aparecer constantemente. Al despertar, gracias a las bocinas de los autos que deambulaban por la avenida Rivadavia, se acordó de que hoy era el día más importante para su futuro laboral. Así que salió corriendo desesperadamente sin probar bocado alguno. El desayuno sería una cuenta pendiente, ya habría tiempo para ello luego. Pero ese no era su día de suerte. En el juicio había sido derrotado. La empresa debía pagar las multas impuestas por el juez, y su presidente debía ser encarcelado por comportamientos fraudulentos. Él agobiado abogado se marchó a su apartamento y se echó a dormir. Su perro apareció reflejado en sus angustiantes sueños que se transformaron en pesadillas cuando, luego de cinco noches, soñó con hombres y mujeres de carne y hueso. Ya no había rostros fantasmales en el horizonte, ahora aparecían aquellas personas cotidianas que no deseaba ver más, como su empleador, el juez de aquella terrible tarde, el jurado y demás abogados del bando enemigo. Pasó toda la tarde durmiendo e imaginó el cuerpo de su amada esposa. La deseo firmemente y la extrañó y lloró entre sueños por no tenerle ya. Había transcurrido una semana desde el comienzo del juicio; pero el verdadero último juicio final estaba más próximo de lo que él imaginaba. Sin darse cuenta noche a noche, inconscientemente, había vuelto a crear el mundo como Dios antes lo había hecho, desde las alturas de la eternidad. Él no deseaba la vida eterna sólo buscaba reencontrarse con su mujer. Hoy, bajo la derrota, más que nunca.
El teléfono no paraba de sonar pero él seguía profundamente dormido. Era la séptima noche, merecía descansar luego de tanto trabajo. El fax recibió el llamado proveniente de alguna parte, pero nadie leería el papel que indicaba la lamentable noticia, la triste desaparición de María y el trágico accidente.
A la medianoche él se levantó envuelto en la oscuridad total. Le llamó la atención la ausencia de ruido alguno. Simplemente se despertó agobiado y con una terrible sensación de soledad. No alcanzó a mirar el papel pues no veía nada excepto los contornos negros de las cosas que lo rodeaban. Lloró y se recostó nuevamente a dormir, es que solamente había contemplado la nada absoluta que lo absorbía hacia las penumbras de la muerte.
LG