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El compilador de secretos

Gustavo Álvarez Núñez se gana la vida como periodista. Nos enseña a leer música en la tan chic y tan impopular revista Los Inrockuptibles, nos hace magia en la FM Rock and Pop (95.9) los viernes, desde esa hora antes de la media noche en que las brujas mentan su clímax, hasta las dos      -Inrocks and Pop- y ahora, como un Robin tímido del bosque de la información, compila secretos ajenos. El libro que es certeza por La Marca Editora, "AntologíaPoetasRock" -así, todo apretadito-, lleva en sus entrañas algunos poemas de músicos bien nacionales de antaño y otros menos arrugados de las nuevas olas. ¿Lo presenta en el Malba, semilla lógica que brotó en Figueroa Alcorta 3415, cicatríz/tatuaje del arte coqueto a veces y herida perturbadora otras, porque tiene doble apellido? Más o menos. 

 

 Llego al Malba a media hora de las 19, un lunes de mayo, un 19, y dejo a la lluvia afuera; que ahora espere ella. En la recepción hay una trinchera en círculo protegiendo el medio de la sala, donde chicas monas teclean en computadoras que también se cuelgan, contestan preguntas con un tono cultural y un movimiento sensual en cámara Matrix, y uno, que es un infame, se enamora de todas. A sus espaldas, una librería sin llamas me llama. Curioseo tapas duras y muy caras unos minutos; siento que soy el primero en llegar. Pero no. La corriente de música que me hipnotiza como a un ratón lleva a mi cuerpo sin conciencia hasta el auditorio donde presentará el libro no sólo Álvarez Núñez, sino los periodistas Alfredo "groso" Rosso y Mariano Valerio, invitados para que lo alaben, invitados porque son amigos. Entro a la sala como un intruso recatado; allí somos cinco: el canta-autor inefable y firmante de algún poema del libro, Daniel Melero, convocado para un mini recital, su pianista Juliano Angel, un sonidista y un manager -creo-, que me mira y abandona con idéntica cara de nada. Esa misma noche le digo a mi hermano, para que se retuerza de envidia, que "éramos Melero y yo en la prueba de sonido". Se retuerce de envidia. Hacen sólo para mí, porque después no la van a tocar, "Caprichosa es la vida". Y sí. Melero se pone unos lentes negros enormes, de mosca a lo Bono de U2, a los segundos que me paro a espiarlo tras pasar la puerta de entrada. Prueba sonido y si le sienta cómoda una banqueta para cantar; nada de apoyar el culo, a moverlo, decide. Mientras lo mueve lentamente, obvio, dejo la mirada en un ventanal que da al parque, le pido a la lluvia que no se enoje, le propongo que si quiere irse que lo haga.

 

 Ya llegaron todos, o casi, la lluvia a veces no es nada simpática, no te inspira, te encierra en casa o te saca para siempre. A la espera en el auditorio la matizan con música electrónica que nos acaricia como rocío de terciopelo; un under distinto. En el hall, unas promochicas de la cerveza bien nacional -¿Se acuerdan de Aerolíneas Argentinas?- encienden la hoguera para calentarnos la garganta y tentarnos con la otra sed. Por el Malba pululan ¡estrellas de rock! como Francisco Bochatón, Los Látigos o Boom Boom Kid. No quiero mirar más, yo también puedo ser snob.

 

 Las luces se desmayan por un rato. Comienza la proyección de un video que Ezequiel Acuña, director de la reciente película Nadar solo, realizó especialmente para la ocasión. Pasan algunos testimonios. Aparecen placas negras bajo líneas en blanco de algunos poemas. "Quedó profunda la almohada de tu cabeza", de María Fernanda Aldana, bajista perversamente aniñada de El otro yo, es una denuncia más femenina que feminista. ¿Te sentís culpable? Después de eso unos mimos siempre suman. "El salmón tiene razón, el río no", de Andrés Calamaro, pone flash a las poses de los Quijotes modernos. Los poemas son alaridos, se entiende casi al final. A los poemas se los urde en una escuela salvaje, o bajo "un dogma del caos" a respetar, según Palo Pandolfo.

 

 Se sientan, tras una mesa sobre el escenario, Álvarez Núñez, Rosso, Valerio y Acuña -mudo ahí arriba y casi siempre; luego le dirá al periodista Pipo Lernoud que siente no haberlo tenido en el corto especial para la ocasión, que es su fan-. "Es el registro de una época", dice el compilador de secretos y "groso" Rosso, maestro orgulloso, asiente y afirma: "El rock como cultura dejó un poco de lado lo romántico para acercarse a lo social. Los músicos se contagiaron de la Generación beat. Se dejó de lado lo macho". A Jim Morrison y a Patti Smith, nombra Rosso. El público, nosotros, así vestidos de gala Inrockuptible, es un enjambre de esos "Hermosos perdedores" de los que escribió Leonard Cohen que desea, porque le va el vértigo con boleto de ida y vuelta, los acordes de papel en una "Guitarra negra"   -letras poéticas sin música, editadas en libro, de Luis Alberto Spinetta- como la que alguna vez tocó el flaco en mayo del '78. Mayos eran los de antes.

 

 Valerio, cuando todavía habla Rosso, me mira, parece que quiere llenarse de mí. Es su turno. "Arcón de poesías: subproductos de los músicos. Enhorabuena. Álvarez Núñez es arbitrario", alcanza a decir, dominado por la timidez, dulcemente nervioso. El compilador de secretos le ordena que se acerque al micrófono para que se escuche mejor. "Una cuestión de actitud; guerra y desorden; acción", pone en el aire del Malba, y así define a éstas poesías.

 

 Ahora las palabras se ponen cachondas. Comienza el show de sexo entre poesía y rock, una parejita feliz. Baja el telón, sube el telón. Se descubren Melero y su tecladista sosteniendo en el ambiente la primera canción, los primeros gemidos, "Pequeño". "¿Les gustó?”, dice el también ex Los Encargados, un amante inseguro, y nos reímos suavemente porque desconectó el micrófono en medio del tema. En la pausa lógica de los elogiados "Entre tus cosas" y "Nena mía", lo mejor de su disco solista Travesti, se confiesa fanático de la leyenda canosa del periodismo de rock, el alabado Lernoud, también poeta recopilado por Álvarez Núñez, y aclara, como si no lo supiéramos, que este recital es "una posdata de la presentación del libro".

 

 En "Nena mía" corta abruptamente el sonido. Melero es al rock de escenario lo que Marley -TELEFE- a la televisión en vivo: el beneficio de la torpeza. Todos lo festejan; después retoma la canción en dónde la había perdido. No hay bices; yo me quedo para siempre con "Caprichosa es la vida". Y sí.

 

 Dejo el auditorio despacio, estaba en la tercera fila, viendo a los de atrás ya alrededor de las promochicas de la birra seudo-argenta. Apoyado con ganas en una columna, Valerio me tira, como un poema urgente, otra vez la mirada; la esquivo. Apunto la mía en una colega divina y presiento el futuro: otra periodista, misionera y común a mí, conocida en la web, me va a rechazar sin justicia una invitación al cine. Yo le voy a contestar: "Internet es un malentendido entre millones de personas, Betina, no creas todo lo que leés".

 

 Salgo a la calle; la lluvia sigue esperando, todavía húmeda por mí.

Martín Rodríguez Rey