A pesar de la gran decepción en fútbol, el tenis, el básquet y el vóley supieron darnos alegrías durante el 2002 • El broche de oro fue del hockey
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n medio del caos producido por la crisis económica y social que atravesó la Argentina a lo largo de este año, el gran escape hacia la felicidad sería sin dudas el esperado Mundial de fútbol Corea-Japón, donde se preveía que nuestro seleccionado llegaría, cuanto menos, a la final. Pero la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida y la historia en tierras asiáticas fue muy diferente de la esperada, la colocación final de nuestro team fue decimosexto y los muchachos de Bielsa se volvieron con las manos vacías (tan vacías como las esperanzas de sus compatriotas que deseaban una alegría para calmar la angustia que se vivía en el otro extremo del mundo). Y así fue que, cuando todo parecía demasiado oscuro, apareció una luz al final del túnel. Esa luz, sostenida por deportistas de más bajo perfil (y sueldos) que los guerreros del “Loco”, surgió de las penumbras para alumbrar el horizonte y mostrarles a los argentinos que lo que en realidad brillaba, era el fuego sagrado de sus corazones. Y desde la humildad y el sacrificio llegaron las alegrías.
Azúcar amargo
Quién iba a decir, después del partido frente a Nigeria, que Argentina no pasaría de la primera ronda. Quién imaginaba, por entonces, que tantas horas de desvelo y trasnoche serían pagadas con un humillante fracaso futbolístico. Sin embargo, los pronósticos se cayeron y el ego argentino sufrió un duro cachetazo, nada menos que de Inglaterra. Suecia daría más tarde la estocada final a la ilusión de todo un pueblo que sufría a la distancia.
La historia dirá que el conjunto argentino terminó en el 16° lugar y que el campeón fue nuevamente Brasil. Y la memoria colectiva recordará la opaca actuación de Verón, el adiós de Batistuta y los mil centros del último partido. Pero esa es otra historia. A llorar a la iglesia.
La gran Willy
Servicio y quiebre, revés y drive, volea y devolución... red. ¡Vamos Argentina, todavía! La escena pinta de lleno lo que vivían los argentinos frente al televisor, con sus ojos al compás de la pelota y los latidos de sus corazones al son de las raquetas. Esta vez no se trataba del épico enfrentamiento entre nuestro “Willy” Vilas y el norteamericano Jimmy Connors, característico de los ‘70s. El choque era por la semifinal de la Copa Davis y la instancia, el partido de dobles. Los protagonistas, por el lado argentino, Lucas Arnold y el debutante David Nalbandian. Del otro lado, los rusos Yevgeny Kafelnikov y Marat Safín. A esa altura, la ventaja de Rusia, local en una superficie rápida (carpeta sintética), era de 2 a 0 y el tercer punto sería clave para definir la serie. Pero contra los pronósticos y el público local, los gauchos aguantaron el aluvión de las bestias rusas (sí, son dos bestias tenísticas) y pusieron la cosa 1-2 tras un partido que duró ¡6 horas y 20 minutos! Al final, tanto esfuerzo no sirvió de mucho porque Rusia se llevó la serie (3-2 sufrido), pero Argentina lograba colocarse entre los cuatro mejores del mundo por primera vez en veinte años.
El tenis argentino escribió en septiembre pasado una página dorada en la historia del deporte nacional. Y más allá de estar nuevamente entre los peso pesados de este deporte, es sumamente esperanzador saber que asoma de cara al futuro una camada interesante de jóvenes jugadores que ya dejaron de ser promesas. A saber: Guillermo Cañas, Juan Ignacio Chela, David Nalbandian, Gastón Gaudio, Guillermo Coria, José Acasuso y la lista sigue. Willy ya no está, pero puede quedarse tranquilo. Tiene las espaldas bien cubiertas.
Jaque al rey
Con timidez –y hasta vergüenza– el seleccionado de básquet se dirigía, allá por agosto, a Indianápolis para chocar con potencias como Rusia, Yugoslavia y ni hablar del local, Estados Unidos. Pero contando con jugadores de roce internacional y asumiendo la responsabilidad de llevar la celeste y blanca sobre la piel, los dirigidos por Rubén Magnano sacaron pecho ante la adversidad y se metieron de lleno en la historia grande del deporte de la pelota anaranjada.
De la mano de Emanuel Ginóbili, “Pepe” Sánchez, Fabricio Oberto y compañía, los argentinos voltearon a cuanto rival se puso en su camino y hasta se dieron un lujo histórico: burlarse de los NBAs norteamericanos en segunda ronda (fue 87-80). Ese envión anímico fue muy importante para el equipo, dado que llegaron a la final como únicos invictos en el torneo y con el reconocimiento del básquet mundial a cuestas. Allí enfrentaron a Yugoslavia, en un dignísimo encuentro que Argentina no ganó por decisión arbitral (arbitraria). En tiempo suplementario cayeron por 84-77 ante los europeos. En la final –vaya paradoja– se llevaron la plata: el juez les metió la mano en el bolsillo y nuestra selección obtuvo el segundo puesto.
Profetas en su tierra
La garra de Marcos Milinkovic, las notables recepciones de Pablo Meana y la experimentada presencia de dos que dijeron adiós a la Selección (Javier Weber y Hugo Conte), fueron, sin dudas, los baluartes del equipo nacional en un Mundial de vóley que a duras penas pudo organizarse en nuestras pampas. Pero así y todo, como es costumbre argentina, lo atamo’ con alambre y el show continuó.
Cumpliendo actuaciones irregulares, los “sinnombre” (debe ser de los pocos seleccionados nacionales que no tienen apodo de animal) llegaron a cuartos para enfrentar a Francia y por un set, por el fatídico segundo set que ganaron los franceses y les sirvió para agrandarse y poner el marcador final 3-1, los muchachos de Carlos Getzelevich no se metieron entre los mejores cuatro del mundo. Igual la historia siguió y, tras una victoria (Grecia 3-0) y una derrota (Italia 2-3), los nuestros obtuvieron el 6° puesto. A esa altura, el objetivo (terminar entre los primeros ocho) estaba cumplido y los siete jugadores argentinos en cancha se retiraron con la frente bien alta. ¿Cómo siete? Sí, se escapó este pequeño detalle: durante todo el torneo, Argentina jugó con un jugador más. Es que cada vez que la cosa se ponía negra, la hinchada fue uno más, la N° 7. Y en tren de comparaciones con el fútbol, hay que decir que el Luna Park no vibró, latió.
Instinto animal
Si a alguien le preguntaban hace unos meses por el animal típico de Australia, sin demasiado esfuerzo habría respondido “el canguro”. Por eso el 2002 será recordado como un año bisagra en lo que respecta a dicho concepto, ya que a partir de ahora, tampoco quedan dudas: el animal típico de Australia son “Las Leonas de Cachito Vigil”.
A las felinas del hockey, Australia les sienta bien, y esta historia no es nueva. Todo comenzó en los Juegos Olímpicos de Sydney 2000, en aquel país, cuando tras la notable actuación de las chicas en el certamen, se llevaron la medalla plateada y dieron origen al sagrado apodo que las marcaría a fuego. Al año siguiente llegó un título importante, el Champions Trophy disputado en Holanda, cuya final le ganaron... ¡a Australia! Y así llegamos al Mundial de este año (jugado en Perth, Australia), donde todo hacía suponer que el equipo argentino daría el gran zarpazo. Pero nuestras jugadoras, humildes hasta la médula, afrontaron el compromiso con perfil bajo y mostraron todo su corazón y su talento dentro de la cancha. Así dejaron en el camino a tres grandes potencias (Nueva Zelanda, China, Australia), entre otros equipos igual de difíciles. Y en la final se vieron las caras con Holanda, el cuarto grande. Partido duro, ventaja rápida para las nuestras, a aguantar hasta el final. Pero no, córner corto (¡cuántas veces habremos escuchado esa bendita palabra!) para las holandesas y gol. Tiempo suplementario (para las jugadoras y para los nervios de los televidentes), empate y penales. ¡Mamita querida! Esta vez, en los penales (al menos en el hockey) no hubo azar sino reflejos de la heredera de Goyco, Mariela Antoniska, que gracias a sus voladas les dio el merecido oro a Las Leonas, auténticas fieras Made in Argentina. Y como si ser campeonas fuera poco, encima se llevaron todos los premios: Equipo Fair Play, Mejor Jugadora del Mundo (Cecilia Rognoni; la Passarella del hockey), Mejor Jugadora del Torneo (Luciana Aymar; no es nada del “Payasito”, pero cómo la mueve), Mejor Jugadora Junior (Soledad García; si siendo junior hizo 7 goles...) y Premio Garra de Oro (Vanina Oneto; este premio no existió pero bien merecido lo tiene por haber jugado con una mano quebrada). Y fue en Australia nomás, el hábitat que mejor les sienta a Las Leonas.
El año se termina, así como esta nota, y el balance deportivo es más que positivo. Sobre todo teniendo en cuenta que, en tiempos de esperanzas rotas por aquellos que deberían garantizarnos bienestar, siempre aparecen, desde la humildad y el sacrificio, los héroes anónimos, nuestros compatriotas modelos, dispuestos a dejar bien parado en cualquier parte del mundo el nombre de un país al que le sobran talento y ganas de salir adelante. El deporte pone el ejemplo que otros deberían seguir, pero por algo se empieza. Por eso en el brindis de fin de año, no nos olvidemos de nuestros deportistas, los encargados de hacernos pasar momentos felices aun en circunstancias adversas. ¡Salud, campeones!
MEP