El Aburrimiento
Luego de la ducha, tibia como de costumbre, Natalio Ruiz desplegó sus ropas sobre la sábana de su cama, ordenada como todos los días, de dos plazas y, lenta y silenciosamente, comenzó su rutina diaria. Encendió la radio e instaló su casette, viejo y querido, de Alberto Cortez. Todas las mañanas escuchaba aquellos temas sobre la pérdida de un amor y los problemas existenciales de aquel cantante. Entre boleras y llantos, Natalio admiraba a aquellos que tenían la dicha de llorar por una mujer perdida, pues alguna vez había sido de ellos; él, por el contrario, no sabía de qué se trataban esas cuestiones, solo conocía de soledades y angustias. Su resignado comportamiento y sus educadas maneras eran sus mejores atributos, que le sirvieron, por ejemplo, aquel día que consiguió su actual y prestigioso empleo de gerente en un importante banco de la gran Capital del país; pero esos mismos modales eran los que las mujeres rechazaban una y otra vez en su forma de ser. Ser, vestir y aparentar. Sus pantalones, más cortos que los que el buen vestir indica, sus oscuros colores y su traje descolorido, a pesar de su nulo color negro, eran, tal vez, su peor carta de presentación. Y a la hora de entablar una conversación, sólo se presentaban asientos contables, balances y ajustes de diversos tipos mientras que sus sentimientos quedaban sumergidos entre diálogos vacuos e inocuos. En esas raras situaciones de conseguir una cita con alguna mujer, los temas de conversación eran un verdadero problema; ni qué hablar de su forma de hablar: insegura, infantil y hasta casi amanerada. "Un niño vestido de hombre", decían los más cordiales interlocutores de Natalio Ruiz.
De casa al trabajo y del trabajo a casa; era su precepto básico en la vida de Natalio. Fiel al General, el joven, licenciado en Administración de Empresas de una universidad privada, amante de la literatura gauchesca, con pocos hobbies más allá de regar sus plantas, hablarles y acariciarlas todos los santos días y de cantarles las canciones de su cantante preferido: Alberto Cortez (como ya señalé anteriormente). Como si fuera poco, en sus ratos libres jugaba carreras con su tortuga Manuela; otra muestra de su "transgresor" estilo de vivir. Veintinueve años y en vísperas de los treinta, sentía por las noches que la vida se le iba entre rutinas y sin sabores; no conocía los gustos o placeres de la vida, por ello se sentía morir un poco cada día que transcurría su pesada existencia. El tiempo caminaba sin saltos, solo se iba por el camino recto y derecho como una línea en la carretera del asfalto. El sol no salía ni tampoco las nubes se decían presente, en su prolongado acontecer diario.
Cuando uno crece y está solo, y nadie está cerca para hacerle ver sus errores, es difícil cambiar; y se decide a esperar indefinidamente que el cambio se instale en su vida, casi mágicamente, de repente como sin que la constancia de cambiar sea necesario para que la transformación se produzca. Y personajes como Natalio Ruiz, hay miles... que permanecen ocultos por debajo de las grandilocuentes noticias de los diarios, encubiertos por escándalos de todo tipo y forma. La vida de la mayoría es desconocida para la mayoría excepto cuando se encuentra en masas indisolubles y gigantes que producen un cambio histórico o una resonancia en el tiempo - espacio de la historia. Y Natalio no era una excepción, pero su caso estaba elevado a la décima potencia. Indiferente para todos, se lo podría haber tragado la tierra que nadie se hubiese dado cuenta. Nada hubiese variado en la vida de su entorno, del trabajo, el barrio, el país y el mundo. Y así sucedió un día...
Dicen las malas lenguas que Natalio Ruiz comenzó a ausentarse en el trabajo pero, pasaba tan desapercibido, que, semanas más tarde, uno de los cajeros del banco descubrió la ausencia de aquel pequeño hombrecito gris. Miles de anécdotas y especulaciones se tejieron sobre su paradero en aquella sucursal bancaria igual a todas o distinta a todas las demás sucursales de nuestro país. Uno de sus vecinos, cuenta que lo vio salir del edificio, por última vez, un lunes, sin su uniforme cotidiano ni su portafolio oscuro; dicen que lo vieron cerca de la estación del tren. El portero recuerda haber hablado con él sobre las maravillosas playas del Uruguay, es por ello, que especula en un posible viaje de Natalio hacia aquel vecino país. Lo cierto es que nunca más se supo siquiera algo de Natalio Ruiz. Pero también es cierto que Natalio logró lo que nunca había conseguido: la gente habló de él y adquirió notoriedad en su círculo más cercano. Los mismos que antes lo ignoraban y menospreciaban o calificaban con insultos varios por su forma ridícula de vestir, ser y parecer, ahora hablaban de él y hasta lo extrañaban; deseaban volver a reírse de sus formas y maneras de caminar, hablar y actuar.
¿Quién sabe qué se hizo de Natalio Ruiz? ¿Qué le habrá pasado? Es un misterio. Tal vez decidió desvanecerse y escapar de su tortuosa existencia. Quizá decidió marchar y rehacer su vida en algún lugar en que nadie supiese sobre su pasado. Tal vez decidió construir un futuro distinto y hasta se cambió de nombre. Por supuesto que también se me ocurre la hipótesis del suicidio que escuché en boca del Negro Ochola o de Teresa quien había sido la última mujer que había rechazado el amor de aquel infeliz, ahora desaparecido. Triste alma en pena... Pobre Teresita, lo que te perdiste, ¡cómo te gustaba el dinero! Hoy serías rica... Pero también pienso que Natalio Ruiz fue inteligente y que, en una de esas, el entorno lo enclavaba en la rutina. ¿Por qué no tomar en serio aquello de "hazte fama y échate a dormir"? Le hicieron fama de gil y los giles eran ellos.
Hoy escribo desde mi pen - house en Los Ángeles. Trece autos esperan rugir sus motores, afuera, en mi estacionamiento privado. Mujeres, dinero y múltiples placeres habitan mi vida, sí, la mía, la de Natalio Ruiz. Pero sigo solo y no puedo darme el gusto de regresar y contarles quién soy y qué fue de mí a mis antiguos compañeros de aquella triste y aburrida vida. Hoy soy alguien más anónimo que ayer. Lo tengo todo pero no tengo nada y hasta extraño mi antigua vida. El diablo me dio la oportunidad de gozar y poseer todo lo que siempre quise tener. El precio fue mi silencio por los siglos de los siglos. No contar el pasado es una forma de matarme. Mis raíces permanecen enterradas en la tierra de la vida pero se marchitan con el tiempo; no florecerán hasta que pueda recitar mis recuerdos más tristes. Que llegue ese día es mi anhelo actual; ese día en que la verdad destruya a la mentira. Deseo reflotar mi pasado, no lo quiero enterrar. Aunque suene paradigmático solo yo lo entiendo. Por ahora, Natalio Ruiz hay uno solo...
LG
Inspirado en el Tema Natalio Ruiz de Sui Generis